Pasajeros del Tren Elquino
________________________________________________________________ Martín Faunes

Nuestro compañero Perico no hacía gimnacia. "Me quiebro con mucha facilidad", nos había dicho a comienzo de año y eso le explicaba a nuestros profesores del Liceo de La Serena: "tengo una deficiencia en los huesos, y con cualquier caída me luxo o me quiebro, así que disculpen..."
Y le creían aunque no parecía triste ni enfermo, nada de eso, por el contrario, parecía muy contento leyendo al borde de la cancha mientras nosotros, el resto, nos esforzábamos por encestar y anotar un gol en el marcador de los campeones. Y qué leía Perico, "Por quién doblan las campanas", "Los miserables", "El origen de la propiedad la familia y el estado", "Bestiario" de Cortá, "El manifiesto". Ese era el Perico que, hablaba poco y pausado, no obstante, prestándome sus libros, me enseñó a desear la revolución.

Y tuvimos aventuras juntos: nos fuimos un jueves con viernes feriado, en el Tren Elquino a la casa de sus padres en Vicuña, y el tren que avanzaba raudo y lento, fue testigo, de cómo dos liceanos de quinto o de sexto, se enamoraron de dos liceanas de tercero o cuarto, a las cuales besaron salvajemente en el entre carro, a pesar de la furia del viento y de las miradas de los otros pasajeros, que más que censurarnos, nos observaban con la expresión de los que envidian a los enamorados.

Y llegamos a su casa, cerca de la plaza de Vicuña -en Vicuña todo está cerca de la plaza-, me presentó a su padre, a su madre y a su hermano, que sí hacía gimnacia, que sí jugaba básketbol, y para nuestra "condenación" de intelectuales, futuros médicos o sicólogos que aborrecíamos el músculo, llevaba en los brazos muñequeras y se jactaba de la cantidad de flexiones que era capaz de hacer en un barrón al fondo del patio. Intelectuales y fisico-culturistas, vaya hermanos disparejos, me dije; su madre, mientras tanto, matrona del Hospital de Vicuña, nos invitó esa noche a asistir a una cesarea, tras lo cual, él como yo, desistimos de nuestro futuro en la ciencia médicas.

Y no sé qué se hicieron esas muchachas de faldas breves que amamos en el tren Elquino, pero sí sé, que tanto el Perico como yo, vencimos a la represión, y nos encontramos mucho después, en paradoja, frente a La Moneda; y entonces supe, que él era casado y padre, y de profesión químico, y que adem�s continuaba en la lucha; yo le conté por mi parte, que también continuaba y no cejaría e iba a continuar aunque que cayera al cementerio. Nos abrazamos con Perico despidiéndonos, y no pasaron dos meses o quizá cuatro o seis, el caso fue que lo atraparon a la salida del Liceo de Maipú donde enseñaba, y lo castigaron duro encerrado en una micro verde de perros, y los perros cuando vieron que se les moría, lo llevaron a la Posta Central donde un falso hipócrates lo declaró sano y bueno. Al otro día murió. Encontré a su hermano en Avenida La Paz, el ataud de Federico Alvarez Santibáñez estaba tapizado de pétalos. Nos afrazamos y lloramos -el hermano de Perico el brazo llevaba todavía sus muñequeros-. "Lo quebraron por completo", me contó sollozando, "mi hermano tenía una deficiencia ósea, prácticamente lo molieron por dentro..." Quizá en homenaje a Federico el Tren Elquino no pasó nunca má.


NUESTRAS
HISTORIAS
_____________________

NUESTRAS
DECLARACIONES
_____________________

NUESTRA GENTE
QUE NOS FALTA
_________________________

LOS QUE NOS FALTAN
DE TANTAS OTRAS PARTES
_________________________

PAGINA PRINCIPAL
VILLA GRIMALDI
_______________________
© 1998 __ULTIMOS TRANVIAS